domingo, 28 de febrero de 2010

Patricia Atxurra

Piojos



¿Qué más tenía que hacer?, se pregunta el gordo de cabeza rascada mientras mira en su habitación la mesa en perfecto orden. “Los memos están hechos, apilados y engrapados. Pasado mañana conseguiré el ascenso”.
Tres meses antes estuvo almidonando las camisas, alineando los papeles, saludando —con dientes tabacaleros— y preparando la solicitud, para el tan añorado día. Para el gordo, conseguir el ascenso, significaba el deslindamiento del prejuicio de los cuarenta. Sería la confirmación —a medio cigarro— de que no era un mantenido por sus padres y que por fin, había retribuido al arduo labor de años de meticulosa educación.
Rasca que rasca la cabeza con sus uñas mordisqueadas al recordar: decidí hace 20 años mudarme de casa, para adquirir lo que otros llamarían, maduración proactiva. Ahora ha cambiado, con este trabajo decente, —justo lo que se espera de un hombre de su edad, ocho horas de mal humor, ropa que no favorece y una paga que no alcanza—. “Pasado mañana, con el aumento salarial del 0.2 %, seré exitosísimo”. Su problema —le habían dicho— era el desgano, el desarreglo “pero las camisas almidonadas, me asegurarán que nadie podía recriminarme nada y así lograré mi independencia”.
No terminando de imaginar su animoso futuro, cuando un dolor en su cabeza, reclama su mirada al dedo sangrante con pelo. Mueve su masa al espejo del cuarto de sus padres y al prender la luz, reza por no quedarse calvo.
Pero su cuero cabelludo sangra grasosamente y duda sí chillar como un flacucho o correr por la peluca de la abuela “Calma, eres un ejecutivo” piensa sarnosamente, mientras agarra el peine de la abuela —aquel de las cerdas pequeñas— y se repasa uno a uno los pelos que van cayendo cubiertos en rojo escozor.
—¡Tita! — grita al fin el doliente. Para ser examinado bajo las lupas de lentes entre chasquidos de dentadura y comezón extrema escucha el horrible veredicto
— Tienes piojos, chulo.
Los memos, las camisas y la nomina caen mentalmente en un triturador. Nunca conseguiría el ascenso si llegaba al pulcro empleo, repleto de bichos pestosos.
En la farmacia compra todos los remedios de aspecto a concreto que encuentra: pomadas, shampoos y píldoras, rogando que la plaga cese, y que no haya evidencia.
“Finalmente el gran día”, el gordo aséptico corre al baño para examinarse minuciosamente. La sobredosis de remedios antipiojos, ha surgido efecto.
—Al son de “¡al grito de guerra!” —, se pone la camisa rígida, se peina los pelos renovados y marcha al trabajo.
Ya en el mercedez —ruta 183 A—se da cuenta, que su propuesta de proyecto, los memos y comprobantes, se han quedado en la mesa aplastados por los remedios antipiojos.